Cien años con los árboles de Los Callejones
Los árboles son un elemento de vida, alegran nuestro entorno combatiendo la aridez y constituyen una defensa contra los rigores del clima. Para muchos antepasados, han sido, además de un medio de aumento de la riqueza, manantial de salud y objeto de inapreciable utilidad, un motivo y demostración de la ilustración y cultura de los pueblos. Así lo debieron entender generaciones y generaciones de ubriqueños por los testimonios que nos han llegado hasta hoy.
Las primeras noticias sobre los árboles de Ubrique datan de 1752, y proceden del Catastro de Ensenada, efectuado ese año, y que se conserva en el Archivo General de Si mancas (Valladolid).
Los peritos reales hicieron una descripción de Ubrique como población rica en arbolado. Así, en las 630 fanegas de su término municipal se hallaban “tierras de regadío de hortalizas y árboles frutales… y zona de viñas y olivares en las que igualmente hay olivares y árboles frutales sueltos, matorrales, montes de árboles de fruto de bellotas y en muchos sitios montes ásperos fangosos e intratables por naturaleza. “
Además, se destacaba la alta producción de las tierras de regadío en las ricas huertas que entonces habla en las proximidades del río, con árboles frutales como granadas, perales, membrillos, ciruelos, higueras, nogales, naranjos, limoneros, cerezos, duraznos y albaricoques. En la zona de secano se encontraban olivos, almendros, algarrobos, higueras y morales.
Otras noticias nos las proporciona la escritora romántica gaditana Frasquita Larrea, madre de la novelista Cecilia Böll de Faber -conocida con el seudónimo de Fernán Caballero-, que pasó por aquí el verano de 1824, y dejó escrita una de las descripciones más bellas que se han hecho de Ubrique y su entorno. Nos habla de los olmos situados junto al río, que eran “altos y esbeltos, como los de Inglaterra”, de los montes de robles, encinas y hayas, y sobre todo, nos narra sus continuos paseos por Los Callejones, que por entonces eran caminos situados entre “una verde y fresca cañada de huertas”.
También nos cuenta la emoción que le producía el contemplar los grandes árboles que “interceptaban la vista y sólo se asomaban sobre sus copas colinas y riscos, formando un anfiteatro perfecto”.
Tras recorrer y conocer nuestro término municipal, Frasquita Larrea escribe: “De muy buena gana me hubiera quedado algún tiempo en este rincón tan verde, tan secuestrado del mundo, admirando la variedad de bellos arbustos, que la naturaleza siembra con profusión en este lugar privilegiado”.
Plantaciones
Más adelante, en 1874, se invirtieron 678 pesetas en la colocación de naranjos en la Plaza del Ayuntamiento. Pero la iniciativa más espectacular tuvo lugar a finales del siglo XIX, con la plantación de árboles “plataneros” en el reformado carril de los Callejones, que debía conducir al nuevo cementerio, sustituto del antiguo de San Sebastián que estaba en el Jardín y que fue definitivamente clausurado en 1899.
Ese mismo año, el alcalde, José Rubiales Zarco, para combatir la grave crisis obrera, en particular la que afectaba a los trabajadores del campo y a los albañiles, quedó autorizado por la Corporación Municipal para realizar “todas aquellas obras más indispensables, tanto en caminos vecinales y vías urbanas, como en los puentes y caminos y en el cementerio”.
Así entre 1899 y 1900 se efectuaron reparaciones en los caminos de Jimena, de Villaluenga y de Villamartín, en los puentes del Algarrobal y de la Calle Nueva y en el nuevo ubicado al sur de la población.
Asimismo, se acometieron las cañerías para la conducción de agua a las fuentes públicas y al alcantarillado y el empedrado de nuevas calles.
Antes de que el nuevo Cementerio de San Bartolomé (bautizado así en honor del diputado a Cortes Bartolomé Bohórquez Rubiales, que habla cedido el terreno) fuese inaugurado oficialmente en 1900, se construyó el puente de los Callejones y se mejoró el tramo del carril, que se embelleció con la plantación de los árboles y la instalación de bancos de piedra, extraída de la cantera de los pozos de Barrida.
Estos trabajos fueron llevados a cabo por un cuadrilla de 20 albañiles, siendo Pablo Ordoñez Carrasco el capataz de las obras, y estando destinado a la comarca forestal de Ubrique Antonio Meseguer como capataz de cultivos.
A partir de entonces, la población superó el río y los Callejones se convirtieron en el lugar de expansión, recreo y disfrute de los ubriqueños, que pudieron comenzar a gozar de su grata sombra durante sus paseos al tiempo que adquirieron una mayor sensibilidad hacia la naturaleza.
Fiesta del Árbol
Por ello, en 1907 hubo un primer intento de celebrar la Fiesta del Árbol, pero la plantación efectuada con ese motivo se perdió. Sin embargo, siete años más tarde, se constituyó la Junta de la Fiesta del Árbol, presidida por el alcalde, Manuel Romero Bohórquez y compuesta por José Ayala Bohórquez juez municipal; Antonio Carrasco Ruiz, cura párroco; Ernesto Corrales Pan, concejal; Manuel Herreros Arenas, inspector municipal de sanidad; José Corrales García, médico titular; Fermín Sánchez de Medina y Gil, farmacéutico; Francisco Fatou y Lucas, profesor de instrucción Pública; y Miguel Reguera Bohórquez, secretario del Ayuntamiento.
El objetivo de esta Junta no era otro que el de fomentar la afición hacia el arbolado y posibilitar su desarrollo, ya que que se consideraban hábitos de nobles sentimientos al tiempo que se creaba un elemento de riqueza importantísimo.
Esta feliz iniciativa encontró un amplio eco entre los ubriqueños, quienes en la mañana del 24 de enero de 1915 llenaron la Plaza para marchar en comitiva formando una verdadera romería compuesta por 2.500 personas a pie -entre ellas, 600 niños-, muchas cargadas de cestas con provisiones. La comitiva se dirigió por el Callejón del Prado hacia el lugar elegido para plantar 200 árboles, entre eucaliptos, plátanos y otras especies, y terminó en la Alameda donde se escuchó una breve y sentida plática sobre lo que significa el árbol y sobre la protección que le debemos.
La Fiesta continuó celebrándose hasta 1917, fecha en que acudieron a la misma más de 3.500 personas. A lo largo de estos años, se efectuó una amplia repoblación forestal en diferentes lugares del término municipal.
En los años posteriores, el desarrollo industrial y las necesidades de ensanche provocaron una expansión urbanística desordenada en los terrenos ocupados por huertas y arbolado. Con ello desapareció el verjel delicioso de fuentes y riachuelos, que corrían en todas direcciones y que formaban las frondosas huertas de las que nos hablaba Larrea. Sin duda, la última reliquia de aquello son los árboles de los Callejones, que, con el tiempo, han llegado a convertirse en un emblema de nuestro pueblo y a formar parte de nuestra memoria histórica.
Nuestros actuales administradores no deben ignorar ni ser insensibles a la larga tradición histórica de amor a la naturaleza de este pueblo, y si prestarle especial protección, haciendo cesar la amenaza de desaparición de unos ejemplares casi centenarios.
No podemos olvidar a aquellos ilusionados ubriqueños de comienzas de siglo que tras la anual Fiesta del Árbol colocaban una tablilla en el lugar de la plantación con la siguiente inscripción:
Estos árboles han sido plantados por el Pueblo.
A su sensatez y cultura se confía su custodia.
Los árboles de los Callejones, pese a las podas indiscriminadas e innecesarias a que han sido sometidos en los últimos años, conservan su vitalidad y hermosura, porque poseen la majestad inimitable de los años.
Himno del Árbol
Cantado el 25 de marzo de 1917 en la Plaza del Ayuntamiento por más de 3.500 ubriqueños durante la celebración de LA FIESTAD DEL ÁRBOL
Cantemos al árbol que voy a plantar.
¡Si Dios lo protege del hombre y del viento,
salud riqueza dará!.
Para el aire puro,
campestres aromas;
para el caminante,
regalada sombra.
Templará los rayos de la luz del sol;
por entre las aves
sus nidos de amor.
Cantemos al árbol
que voy a plantar.
¡Si Dios lo protege del hombre y del viento
salud y riqueza dará!.
Uno para el otro,
los dos viviremos;
él se irá elevando
y yo iré creciendo
y si tiste y solo llego a morir,
dejaré en el mundo
un árbol quisiera
plantado por mí.
Cantemos al árbol
con voces de paz y amor.
¡Defiéndalo el hombre!.
¡Protéjalo Dios!.